19 abr 2013

Avatares de un paradigma equivocado

Posteado por colorá El viernes, abril 19, 2013 Sin Comentarios

Inundaciones: la lógica del caño (Por Sergio Federovisky)


La ciudad de Buenos Aires ha sido afectada por inundaciones desde el día siguiente a la segunda y definitiva fundación, en 1580. La reiteración dramática de esas inundaciones cuatro siglos después obliga a usar otro paradigma de pensamiento.


Imagen del 24/01/2001 en donde cayeron 132mm en dos horas que dejó un saldo de 5 muertos. 

La planta urbana original estaba situada en “terrenos planos y no planicies inundables”, según establecían las Leyes de Indias para el Nuevo Mundo. Pero aquellas tierras altas de la primera urbanización eran las únicas: tanto hacia el sur (las planicies que derivaban en el Riachuelo) como al norte y oeste (la cuenca del arroyo Maldonado), la ciudad estaba hostigada por las inundaciones cada vez que llovía. La manera en que se enfrentó la realidad del anegamiento permanente –tanto en aquellos momentos primigenios como en los posteriores, más ingenieriles– respondió siempre a una forma de pensamiento clásico y ortodoxo: sacar el agua. Para lo cual, la presencia abrumadora –y capaz de albergar trillones de litros– del Río de la Plata era completamente funcional.


UNA LOGICA PURAMENTE HIDRAULICA

La lógica era hidráulica. Y así fue como arroyos llamados “los terceros”, que correspondían a una serie de hilos de agua que hacia el sur de la Plaza de Mayo desaguaban perpendiculares en el Río de la Plata, fueron puntillosamente eliminados y convertidos en adoquinadas calles que hoy atraviesan San Telmo.

Los Terceros (bautizados así porque eran de “tercer orden”, salvo cuando arreciaban las lluvias) fueron el obstáculo que quebró el damero original del centro histórico de la ciudad. Ninguno de los Terceros (del Sur, del Medio y del Norte) ha sobrevivido: a mediados del siglo XIX, cuando Buenos Aires crecía aún sin infraestructura, fueron empedrados incrementando inmediatamente así el volumen y la velocidad de deslizamiento.

Luego la ciudad acusó el impacto de la inmigración y de las epidemias de cólera y fiebre amarilla. Se proyectó, entonces, la red de desagües cloacales y pluviales (viajaban por el mismo caño) del llamado Radio Antiguo. Los cálculos se hicieron según una ciudad de hace más cien años: para determinar el coeficiente de descarga de los caños se estimó que el 50 por ciento del agua que caía por la lluvia drenaba naturalmente en el terreno. Tras inaugurarse las obras del Radio Antiguo, la ciudad, que ya había anexado a los pueblos de Flores y Belgrano, emprendió el proyecto del Radio Nuevo, para servir a una población total de 1.100.000 habitantes, pero con una proyección de crecimiento hasta los tres millones con que actualmente cuenta. Más aún: los ingenieros preveían que aquellos caños, con la espantosa modalidad de eliminar arroyos y convertirlos en tubos, debían alcanzar para una población de hasta seis millones de habitantes.

CUESTIONAMIENTO DEL CAÑO

Sin embargo, la reiteración precipitada de inundaciones a partir de la década del 80 puso en cuestionamiento tanto el diámetro del caño como la forma de pensar la ciudad. Las premisas ingenieriles para la descarga pluvial fuera del centro de la ciudad habían sido adoptadas según los siguientes parámetros: una lluvia promedio de 60 milímetros en treinta minutos, un coeficiente de escorrentía 0,6 para la ciudad (el 40 por ciento infiltra el suelo y el resto corre por las calles) y de 0,2 para las áreas tributarias de los arroyos ubicadas en el Gran Buenos Aires. El desborde ya empezó a manifestarse a mediados de la década del cuarenta, a poco de inaugurarse las obras, cuando el conurbano comenzó a gestarse a imagen y semejanza de la urbe pavimentada. Un ingeniero de Obras Sanitarias, Silvio Arnaudo, se horrorizaba en 1943 de que “las obras de desagües están requiriendo una constante ampliación”.

PUNTOS DE QUIEBRE

El 31 de mayo de 1985 fue una bisagra. Los 295,4 milímetros caídos en treinta horas no sólo condujeron a que al día siguiente un diario titulara en tapa: “El día que se hundió Buenos Aires”. Fue también el comienzo de la “era moderna” en la que casi cualquier lluvia, sobre una metrópolis de quince millones de habitantes, convierte a Buenos Aires en la punta de un embudo. Los políticos, como corresponde a su raza, seguirán insistiendo que “su” lluvia es la peor de la historia. Sin embargo, la estadística demuestra que el promedio histórico de lluvias sobre la ciudad de Buenos Aires (unos mil milímetros al año) apenas ha crecido en unos cien milímetros en los últimos treinta años, cifra no determinante. Podrá haber alguna excepción puntual, ya que se trata de algo tan complejo como el clima que puede dar lugar a un febrero lluvioso como el actual, pero, aun cambio climático mediante, el departamento de Meteorología de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA sostuvo que “no hay diferencias notables entre lo que ocurrió en épocas anteriores y lo que se puede observar en el número de días lluviosos y la precipitación mensual en la Capital Federal”.

MI LLUVIA ES LA PEOR

Además de creer que la lluvia que inundó la ciudad durante su gestión fue la peor, enviada claro está por la oposición salvaje, los políticos creen que todo es un problema de diámetro de un caño. Y que todo se resuelve con obras, palabra que es sinónimo de topadora, de túnel, de hormigón.

Esa forma de razonamiento, la de sacar el agua de donde sobra y llevarla lo más lejos que se pueda, es la misma que estaba vigente cuando apareció el problema. Parece estar bastante comprobado –la lluvia de la semana pasada, de 90 milímetros en dos horas, así lo demuestra– que ese pensamiento hidráulico ha fracasado.

Una inundación urbana no es la expresión de mucha lluvia, sino la manifestación de una anomalía entre la sociedad y el medio en que se ha instalado. Una inundación revela cosas tan tontas y obvias como que la ciudad no tiene suficientes parques o espacios verdes como para absorber la lluvia; ni áreas de retención de agua para compensar las pérdidas de infiltración por la abrumadora impermeabilización del suelo; que su urbanización ha avanzado a sitios como las cuencas de los arroyos que la naturaleza dispuso para que el agua circule...

LA CIUDAD COMO ECOSISTEMA

Pensar desde esta otra forma de razonamiento equivale a pensar a la ciudad como un ecosistema y a la inundación como un problema ambiental que de tan complejo carece de una solución y un abordaje únicos. El pensamiento único –y limitado, permítaseme– estima que se trata sólo de agrandar caños, cosa que –con mayor o menor eficacia– han hecho todos los intendentes desde 1985 para acá. Mauricio Macri se desgañita en estos días acusando a sus predecesores de no haber hecho las obras necesarias, sin reparar en algo tan obvio como que la reiteración del problema con lluvias menores revela que las obras, en el mejor de los casos, serían apenas una parte de la solución. Y el jefe de gobierno se golpea el pecho por el orgullo que le provoca el tremendo caño que está colocando y que fungirá como aliviador del Maldonado. No ve que la próxima inundación se gesta en la actual modalidad de crecimiento urbano (torres y torres), definida por la especulación inmobiliaria y no por la planificación ambiental del territorio.

Es que si se sigue pensando con la lógica que creó el problema, sólo seguiremos discutiendo el diámetro. Y así no hay caño que alcance.

La punta del ovillo


Un abordaje del problema que acepte la multicausalidad y complejidad del asunto, al tiempo que reconozca que es un tema de la relación sociedad-naturaleza más que de ingeniería hidráulica, podría sopesar las siguientes herramientas juntamente con el aumento del diámetro de los caños: incrementar los espacios de infiltración (espacios verdes sería lo ideal); incorporar áreas “esponja” de retención de agua como forma de retrasar los grandes volúmenes de escurrimiento superficial; generar recipientes —por ejemplo en las grandes torres— de almacenamiento de agua de lluvia; instrumentar medidas arquitectónicas de adaptabilidad que dejen de negar que Buenos Aires es un área inundable y rediman el hecho de que muchos barrios ocupan zonas que “pertenecen” a los arroyos...

Es que si se sigue pensando con la lógica que creó el problema, sólo seguiremos discutiendo el tamaño. Y así no hay caño que alcance.

* Biólogo, periodista ambiental, presidente de la Agencia Ambiental La Plata, autor de Historia del medio ambiente y El medio ambiente no le importa a nadie.

Los meteorólogos, divididos sobre la “tropicalización” de Buenos Aires POR MARIANA IGLESIAS


 El especialista argentino de la ONU, Osvaldo Canziani, afirma que el clima de la Ciudad es cada vez más tropical, y que por eso llueve con más intensidad. Pero el director del Servicio Meteorológico Nacional rechaza la hipótesis.

“Fue una tragedia climática”, dijo Mauricio Macri, el jefe de gobierno porteño. “Este nivel de precipitaciones no la resiste ninguna ciudad”, sostuvo el ministro de Espacios Públicos porteño, Diego Santilli. Y agregó, a modo de justificación: “Los niveles de precipitaciones de este cambio climático vinieron para quedarse”. Palabras más, palabras menos, la vicejefa del gobierno porteño, María Eugenia Vidal, insistió con la misma hipótesis y le echó la culpa al cambio climático.

“Es cierto”, confirma a Clarín Osvaldo Canziani, físico y doctor en meteorología, miembro del Panel Intergubernamental del Cambio Climático que ganó el Premio Nobel de la Paz en 2007. Pero el prestigioso especialista pone montones de reparos a las explicaciones de los funcionarios. Canziani preside ad honorem el consejo asesor de la Agencia Ambiental del Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño. Sus peros son tan grandes que, confiesa, tal vez renuncie: “Siempre que hay un evento salen a hablar. No hay coordinación efectiva y continua. El tema es muy crítico. Macri dijo que hay una tormenta cada cuatro días, como si fuera algo matemático...”.

Canziani también es muy crítico con Nación y el Servicio Meteorológico Nacional (SMN). “Nadie anunció esta tormenta. No hay datos. Los meteorólogos no tienen información porque faltan herramientas para ver cuánta agua va a caer, faltan pluviógrafos, falta decisión política para proveer los equipos que permitan prever estas tormentas, falta inversión”.” Canziani sostiene la teoría de que “Buenos Aires se está convirtiendo en una ciudad tropical”. ¿Qué significa esto? Que en el último siglo aumentaron las temperaturas mínimas, medias y máximas en la Ciudad. Que aumentaron las lluvias, las sudestadas y el nivel del mar. Por ende, el nivel de inundaciones es mayor. No sólo cerca del área costera, sino también en zonas cercanas a arroyos y ríos. “Todo esto está ocurriendo. Se calentó el océano. Hay mayor cantidad de agua disponible para precipitar. Falta afinar la certidumbre de las precipitaciones”, insiste Canziani. ¿ Si se hubiera anunciado esta tormenta la Ciudad se hubiera inundado igual?

, pregunta Clarín. “Sí, las obras como las del arroyo Maldonado no sirven, pero el riesgo surge de la vulnerabilidad del impactado. Si la gente es informada toma recaudos y se protege”.

El director del SMN, Héctor Ciappesoni, disiente con Canziani y los funcionarios porteños: “¿Por qué el calentamiento global no llegó a Ezeiza entonces? Que llueva más en la Ciudad no tiene nada que ver con el cambio climático. La Ciudad está llena de autos y aires acondicionados, la energía eléctrica y los combustibles aumentan la temperatura, hay más condensación y lluvias más intensas. Se forma un efecto de isla de calor. Con los años va aumentando la cantidad de milímetros de lluvia por minuto”. ¿Usted también opina que Buenos Aires ya tiene clima tropical? “No, para nada. La muestra está cerca: los días de la segunda quincena de febrero y marzo fueron frescos....”.

Canziani acuerda con el exceso del uso de vehículos y energía, al que suma el problema de la basura y la suciedad de la Ciudad. Podría hablar horas, pero resume: “Acá no hay ética del medio ambiente”.

Meteorólogos reclaman más radares para prever fenómenos climáticos

Los profesionales coinciden en que tanto la Ciudad de Buenos Aires como el conurbano no están bien radarizados, lo que complica la detección de posibles tormentas. Desde el Servicio Meteorológico Nacional admiten que hacen falta dos radares más.




Los meteorólogos se quejan por la falta de radares para prevenir sobre la posibilidad de tormentas tanto en la Ciudad como en el Gran Buenos Aires, algo que se hizo visible con el temporal que trágico temporal que se abatió sobre la zona metropolitana y sobre La Plata.

En diálogo con el diario Perfil, el director del Servicio Meteorológico Nacional, Héctor Ciappesoni, admitió que se necesitan dos radares más para triangular la zona. El que está instalado en Ezeiza dejó de funcionar por un problema de interconexión, pero no pudo ser rehabilitado “por tratarse de un feriado”, aseguró.

“El radar de Pergamino que llega a La Plata no permite ver ciertas tormentas bajas, como fue ésta cuyos cúmulus nimbus no superaron los 10 kilómetros de altura, cuando si se piensa en tormentas de más de 100 milímetros hay que pensar en no menos de 12 kilómetros de altura. Fue un fenómeno muy extraño”, precisó.

Por su parte, el meteorólogo de Canal 13 y Todo Noticias, Mauricio Saldívar, en declaraciones al mismo medio, contó: “A las cinco de la tarde del martes, la última imagen de La Plata tenía 12 horas de vieja. Más allá de que haya sido un problema ajeno al SMN, ni ellos ni nosotros (meteorólogos externos) disponíamos de información vital para ver la evolución de la tormenta. De hecho, mis pronósticos fueron a ciegas”.

“La información de la estación meteorológica de La Plata se obtiene hasta las 21 y después cierra; por ende, no había datos del tiempo desde esa hora. Recién volvió a abrirse a las seis de la mañana del día siguiente. Una locura”, enfatizó.

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